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lunes, 9 de noviembre de 2015

Hola: Está Mafy?



Esta mañana me llamó por teléfono Anita y pidió que se pusiera al teléfono Mafy,

(mi perrita).

Acerqué el teléfono a la oreja de Mafy y Ana le dijo:

-Hola Mafy, te tengo que hacer una pregunta muy importante.

-¿Por qué a los perros os gusta la comida que huele tan mal?

(A Ana no le gusta el olor del pienso para perros)

(A mí tampoco)

Mafy quería contestar, que ella no come pienso,

que come filetitos y pollo cocido con zanahorias...

y algunas veces con un poquito de arroz en sopita.


Pero Mafy, sólo podía escuchar atentamente,

y mover el rabito muy contenta de oír a su compañera de juegos,

y conversaciones en las que Mafy sólo escucha.


Algunas veces interactúa dando un besito,

corriendo tras su juguete favorito, o comiendo un pedacito de galleta.

Suelen jugar a que Mafy es la “niña” y Anita su mamá.

Si pudiera... habría hablado

¡Claro que habría hablado!

Pero después de un rato en silencio, esperando respuesta, Ana le dijo:
-¡Mafy!, ¡haz el favor de contestar!

-¡Abuela, Mafy no me contesta!

-Es que no sabe hablar -le respondí- en defensa de la pobrecita Mafy.

-Pero por lo menos que me diga ¡Guau!

-Dile guau Mafy.

Reñí a mi perrita, que me devolvió a cambio una mirada de pena.

-¡GUAU!

Contesté yo como si fuese Mafy.

-¡Has sido tú abuela, que conozco tu voz!

Respondió Ana ya enfadada.

-¡Mafy, eres una mal educada!


Le regañó Ana a través del teléfono.

-¡Cuando se te hace una pregunta, se contesta!.

Le dijo muy enojada colgando a continuación el teléfono.

Mientras la pobrecita Mafy...

La escuchaba embelesada moviendo su rabito muy atenta,

e interesada en la conversación.

Que malas son las comunicaciones a distancia,

El cuidado extremo que debemos poner para no molestar a nuestro interlocutor,

y hasta los silencios pueden molestar cuando no ves la expresión de quien está al otro extremo del auricular.

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Anita, charlando con Mafy en una de sus largas conversaciones y juegos


viernes, 6 de noviembre de 2015

¡Una ración de Potaje!

Juan Delgado, había elegido su profesión mucho antes de llegar a adulto, cuando en el colegio los demás niños, se metían con él al percibir que su complexión y opulencia, no estaban en concordancia con su apellido.

Decidió desde tan temprana edad, hacerse nutricionista.

Estaba dispuesto a hacer la guerra a las grasas corporales.

¡Él sería “delgado” de cuerpo y de apellido!

Ni que decir tiene, que Juan Delgado se convirtió en uno de los más exitosos nutricionistas existentes en el país.

Después de llevar ejerciendo unos cuantos años, decidió que debía poner fin a la gordura limitando la ingesta de alimentos, restringiendo en las medidas. Sabía ya por experiencia que si él ponía en su menú: cien gramos de…

El paciente lo entendía por: doscientos gramos, y muchas veces, no solo no bajaban de peso, si no que adquirían nuevas grasas y nuevos kilos, haciéndose presentes a la hora del peso en la báscula de su consulta.

La excusa del paciente, era casi siempre la misma:
-Yo estoy haciendo bien la dieta.

-Peso los alimentos y pongo lo que usted me manda. Cien gramitos.

Esto le hizo reflexionar sobre el modo de poner la dieta.

Si el paciente tendía a pesar de más… Habría que rehacer la lista de ingredientes permitidos, sobre todo, reduciría las cantidades permitidas. De este modo, los cien gramos se convirtieron en cincuenta gramos de un único plumazo.

Pasados unos tres meses de la drástica merma de alimento, Juan Delgado se mostraba satisfecho. Tenía a los pacientes justo como él deseaba, ahora todos sin excepción perdía peso a un ritmo correcto y justamente el esperado.

Todo iba a pedir de boca, hasta el día en que don Perfecto Pascual (que así se llamaba) decidió entrar en la consulta, dando como resultado en la báscula al ser pesando unos treinta kilos de más. Se quejaba de dolor en las rodillas y de no poder moverse como lo hacía antes, cuando se hallaba poseedor de un peso correcto, sin un más o un menos que añadir al peso perfecto del señor Perfecto.

Juan Delgado, tras pesar al sujeto, calcular su índice de masa corporal y mantener la ya repetida charla de concienciación del individuo, entregó la lista de alimentos mermada en gramos.

Perfecto Pascual, llegó a su casa y dijo a su esposa: Me ha dicho el doctor que he de comer lo que dice la lista de alimentos permitidos, en las cantidades mencionadas.

-Rebeca, cariño, yo voy a hacer una dieta severa, pues ya sabes cómo son estos nutricionistas, que hacen una dieta tipo… que adelgaza a la mayoría, pero que no sabe que a mí me engorda hasta el aire que respiro.

-Que el endocrino a mí no me conoce… No sabe que yo aunque no coma engordo….

_Si vas a hacerme tú de comer, cuida de que las cantidades sean la mitad de lo que en la lista indica.

Pasaron así los dos meses que el nutricionista le dio de margen para perder peso.

Perfecto Pascual, se presentó en la consulta extremadamente depauperado y de un color lívido, ojeroso, y taciturno, sin ánimo, y andando como un alma en pena.

Sorprendido Juan Delgado, por el aspecto de su paciente, después de enfrentarlo a la báscula, y quedarse estupefacto al ver la extremada cantidad de kilos que habían abandonado al señor Perfecto, preguntó muy extrañado:
-¿Ha hecho usted la dieta tal como le he dicho?

-¡Sí, señor!

Contestó don Perfecto trabajosamente, pues el aliento le llegaba a lo justo para hablar y respirar al mismo tiempo.

-He hecho la dieta reduciendo a la mitad las cantidades que usted en su lista había sugerido.

Juan Delgado movió la cabeza de izquierda a derecha en un gesto de negación.

-¡Pero hombre!...

-¡Si yo… Ya las había reducido!

Presuroso, Juan Delgado, dejó la consulta, tiró su batín blanco, y acompañó al Don Perfecto al mesón que se encontraba al lado de su consulta, solicitando al camarero:

-¡Traiga usted una buena ración de potaje con todos los habíos!

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miércoles, 8 de abril de 2015

Carta a un amor ausente

 Añorado amor mío:

Pese a no haber recibido contestación alguna a mis anteriores cartas, y al temor añadido de que hayas sufrido algún daño, o contratiempo que te obligue  a permanecer en silencio, lejos de mí (Ruego a Dios que estés bien, que no te haya ocurrido nada malo) y a cansarte, repitiendo siempre lo mismo…

He de repetir vida mía, que te amo como jamás había amado y que la necesidad de ti, deshace mis entrañas en pedazos, corroyéndolas por deseo de volver a verte.

Verte, amor mío... Verte…

¿Qué no darían mis ojos por disfrutar tu imagen, aunque fuese de lejos?

¿Qué no sería capaz de hacer, por un solo instante de tu presencia?
Amor…

Vida mía, porque sólo tú eres mi vida, mi único anhelo, mi único motivo para respirar, y continuar viviendo.

Esta mañana mi madre, se encontró a tu vecina Julia, la que vive junto a tu puerta, que ya sabes... son amigas desde que eran niñas, e iban al mismo colegio. Tu vecina, le contó que te habías casado... y que no pensabas ya en volver…

No te preocupes cariño, que no le he hecho ningún caso, que la gente siempre se vuelve loca, por hablar y hablar... aunque no sepan de qué hablan, y ella no lo sabe.

No sabe, lo mucho que tú me quieres.

Yo únicamente haré caso de ti…

De lo que tú me digas, porque sólo tu palabra, es válida para mí.

No importará nada más que tu palabra, pues a parte de ti, no existe nada importante, ni siquiera mi propia vida, pues no me interesa vivirla si no es con la esperanza, de volver a rozar tus labios, sentir sobre mi piel, la miel de tus caricias, y el rocío que destilan tus deliciosas palabras; precedidas por el calor de tu delicado aliento, que acaricia con susurros mi oído, trasladándome el dulzor, del calor de tus te-quieros.

Regresa amor mío, que aquí, llorando te espero y perdóname si te he escrito eso tan feo, que ha dicho Julia a mi madre…

Yo jamás he dudado de ti. ¡Jamás vida mía!

Muero de ganas de ti… Son ya tantos días… Son ya tantos meses…

¡Dios mío que no le haya ocurrido nada!…

No vivo sin ti...


Te quiero.
Y... no dudes nunca que te espero...

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lunes, 23 de marzo de 2015

Carta número 3.122

Carta número 3.122

Adorada mía:

Mi bella y dulce amada, de nuevo te escribo unas líneas para calmar esta ansia. Esta ansia de ser tuyo, de sentirte mi amada.

Ayer, cuando estuvimos juntos y te ofrecí mi hombro sobre el que tú llorabas, sentí que me rompía, mi corazón se exaltaba. Y yo, adorada mía, por dentro, también lloraba.

¡No me digas que me quieres, dime por Dios que me amas!

Y explícame cómo puedes amar a quien tanto te daña.

Ese tipo al que quieres, del que estás enamorada, ¿No ves que siempre te engaña? Y a mí por dentro me hiere con puñales y navajas.

Ya no puedo soportarlo, ser tu amigo es mi  máxima desgracia y tan solo me consuelo, porque te veo en mis sueños junto a mí, aquí en mi cama y no quiero despertarme, no quiero que te vayas, siguen mis ojos dormidos. Soñándote tú me amas. Te sueño en sueños despiertos y hago eternas las mañanas.

Temo oír sonar el móvil y descubrir que me llamas y temo más tu silencio, tu ausencia que a mí  me mata.


Ansío que estemos solos y esos besos de amigo que a veces pongo en tu cara… acercaré a tus labios  los míos, te rozaré con mi alma, pondré mis cinco sentidos y entonces…estoy muy seguro, que…  En un beso sabrás cuanto han callado mis ansias.
Comprenderás con el beso que tú también  me amabas.

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